Yo confieso

Los vivos, los vivos son quienes te alaban, como yo ahora.

Profecía de Isaías

Un día tendré tumba, porque un día esta carne morirá.

Un día estos huesos que constituyen el soporte de este frágil cuerpo no cantarán más sus pírricas victorias sobre el ya roto estandarte de mis debilidades.

No por eso estaré vencido: las mejores gestas se ganaron con la muerte. Eso explica que no hay victoria sin derrota, por lo que solo el morir asegura la batalla.

Tal vez haya violetas, o flores de clases mejores, tal vez las eternas rosas hijas de mi gusto. Tal vez haya lápida marmórica que exhiba a los pobres vivos el epitafio que desde hace mucho tiempo he elegido para esa, mi final morada.

De este cuerpo putrefacto brotarán un día las ortigas, las zarzas y la hiedra -acaso venenosa- para espantar mirones, llorones o chismosos.  Sigo siendo el andamio de mí mismo, mi esfuerzo y mis dolores pintaron de fuego las espigas: Tomé más de lo debido de la mies de mi cosecha y sé que vendimié mi vino, amargo y turbio. Mucho más que que eso, sé que el Dueño de la viña entonces ajustará severas cuentas conmigo.

Hasta ahora mis auroras han tenido luz, pero también espanto. He querido que todos los días nuevos sean también el último, pues no he tenido la gracia de escuchar al mirlo suavizar con su trino la mañana.

Yo nací ya retorcido, como casi todos los de mi especie. Y mi sangre mestiza desde el vientre materno presagiaba ya el puñal, el aguijón que perpetuamente me mortificaría. Poco supe del encanto y de la dulce sonrisa, no tuve el estoicismo de aguardar cada batalla.

Con mirada irónicamente serena yo provoqué más de una vez el conflicto y ataqué enloquecido con mi sable de ira, con mis histriónicos gritos, con mi ceguera absoluta, a todo aquello que creí que por contrariarme en mis deseos, era mi enemigo.

Hice que lágrimas amargas brotaran de dulces ojos, como en una especie de venganza contra este destierro que llamamos existencia. Impuse mi voluntad de una forma hasta para mí tan misteriosa que logré que el colectivo marchara bajo mi batuta en algunos momentos de juerga, de gustos y aficiones.

Emprendí persecuciones blandiendo la espada intelectual, porque la de hierro hace siglos no se usa. Nobles y verdaderos han sido mis principios, por ellos he luchado; pero tal vez las formas de irrumpir en su defensa son despreciables.

El don de la palabra me fue dado, y como bien lo conozco sé que no todas las veces construí con ella ni hice cosas buenas: el mal también hizo gala saliendo de mi boca, trayendo de su mano a sus hermanos: la humillación y el sagaz insulto.

Todo me perturbaba. Mis oscuras ojeras delataban el fuego que se cocía en mi alma y que con infernal sutileza disimulé siempre con mis católicas plegarias. Siempre al borde del crimen o de la santidad, Dios y el Diablo tiraban cada uno de una parte de mí queriendo desmembrarme. Así fueron quitándome ambos la piel, la piel que me hacía semejante a los humanos, así llenaron mi alma de horribles agujeros por donde se asoma de tanto en tanto la cara horrenda de medusa.

Si esto es una confesión, pedir perdón no es lo honesto. Sería lo propio, pero el Juez sabe que de nada me arrepiento.  Lo que sí le imploro es que pronto me libere de esta carga más pesada que el acero, para poder cantar con la mística del Carmelo: «¡Muero porque no muero!»

Por eso en mi propio socavón no permitiré a la muerte que se ufane de nada o sentirá en sus huesos roídos por los siglos que de nuevo y furioso otro Cristo devastará su reino.

Inconcluso soneto…

¿Qué es el amor, sino una feroz boca que a veces canta, que a veces muerde?  ¡Tan atrapado en elucubraciones, en baratas o elevadas definiciones, en cursis palabrejas, en magnánimos panegíricos!

Nah, no vale la pena cantarle el amor, cuando es el amor  -sea lo que sea- quien le canta, a su antojo, a los hombres.

¡Cántame una canción, amor andariego, maldito amor! Pero esta vez una canción soñada, indefinible, una tonada de este otro amor que se juzga insostenible.

¡Cántame una canción, amor pérfido, amor terrible!  Una canción que convoque la lluvia, que llame al trueno y traiga a la alborada: dolor y amor son cosas compatibles, como una vez lo escuché de una voz falsamente enamorada.

¡Cántame una canción que me despierte, amor huidizo! Revive con tu embustera voz mi ánima muerta a ver si llenas de color mi mundo antes inerte.

¡Cántame una canción! Una canción de despedida. Amor falso, amor fugaz, amor maldito.  Una canción que abra la puerta, para irme de ti o para que te vayas tú de mí, seguro hacia la muerte; embrujado en otras voces, para no obedecer más la estridencia de la tuya…

Amor andariego, maldito, pérfido y terrible. Amor huidizo, embustero y muerto; Amor falso, fugaz y pasajero.  Canta una canción, canta una canción si es que puedes…