Tu silencio

Bienaventurado silencio, que da al alma tanta paz 

Teresa de Liseux

Ese era un día sereno. Frío, fresco, pero no aspavientoso.  El clima normalmente me hace pensar en aquello que evoca:  la luz y el calor llevan a la alegría; el grisáceo capote con que a veces se engalana el cielo, me trae a la nostalgia y al no querido recuerdo.  Ese era un día fresco, con una mezcla de opacos y luces, una especie de capote de grana y oro.  Fue feliz, y se volvió luctuoso.

Casualmente cuando estoy triste llueve más, o cuando llueve más estoy triste, da lo mismo.  Pero pesando en senda balanza los kilos que forman las circunstancias, es más favorable la lluvia cuando quien se mete al sol se chamusca en él.

Por estos días, como hemos visto, el cielo se opaca y llueve.  Un alma eternamente enamorada lo lee como un vistazo atrás y en clave de metáfora: ¿No me has visto llorar? Yo creo que sí.

En las mañanas, salimos muy temprano en la mañana, cuando llueve y todo es gris, ¿te acuerdas de mí?

O en las tardes, cuando pasa la brisa, suavemente húmeda y maquilla de transparencia los espejos que te transportan, límpialas, son lágrimas, que lo mojan todo y cayendo del cielo se entregan sin reserva a la tierra, sabiendo que a lo alto no pueden regresar.  No hemos de sentir remordimientos: normalmente nadie sabe quién es el culpable de que llueva tanto.

¿Te he dicho que no me has visto llorar? Me contestaste, en la torpe sucesión de tus pueriles asomos mediáticos a mi vida, que sí.

De todos modos reconozco una supremacía en tu táctica: Es tu silencio, logro que yo no alcanzo. «Touché», me obliga a decirte mi conciencia.

Es tu silencio tu táctica de guerra, y la vas ganando. Ese silencio que solo las palabras develan; pero es tu silencio: aquel hondo silencio que no solo haces sino que en el fondo eres, ese se manifiesta etéreo en tus ingenuas o tontas acciones, en aquellas cosas que no dices, pero que piensas, y que sí dices, pero no con la varonil fuerza que debieras, y que incluso tu conciencia te dicta, y le desobedeces.

Pero yo, que no sé si soy víctima o victimario, entiendo ese silencio y me queda el consuelo de que yo no lo elegí.  Tu mirada, que no se cruza con la mía hace ya un abril y tanto, aún está viva aunque no material y tiene la capacidad de desnudar mi mente, como si conocieras de alguna forma todo lo que soy, todo lo que broto, todo lo que nazco y lo que significo, pero que quisieras -infructuosamente intentas- ignorarlo.

¡Dichoso silencio que da al alma -a la tuya y a la mía- tanta paz!