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Sé que sabés que esto, que es una carta, es para vos.  Así que no dirigiré las líneas invocando tu nombre.  Omitamos la fecha; estas cosas pertenecen al plano de la eternidad donde no hay espacio ni tiempo.

Cordial saludo.

 Volver a saber de vos después de tanto tiempo es como escuchar una melodía agridulce, no es bueno y tampoco es malo.  Tal vez de algún modo no fue fácil en el primigenio momento del encuentro, porque es humano reconocer el miedo de que aún me dolieras. No fue bueno,  así en pasado, hablando de la noche de ese día, porque cuando me percaté de vos me detuve, di la vuelta para mirar atrás, recordé de nuevo nuestro pasado y eso me lo había prohibido. Quise huir. Intenté hacerlo. Ya lo sabes.

No te he dicho una nadería: al unirme de nuevo a mi grácil manada, alguno me preguntó: «¿Todavía sientes cosas?»  En ese instante el tiempo pareció detenerse, como que me introduje en una cápsula que puso lenta la música, me hizo ver borroso, miles de recuerdos pasaron por mi mente, se mezclaron con olores, figuras, colores, lugares, gestos y canciones y cuando me obligué a volver a la realidad, sonriendo, dije con una serenidad pasmosa: «No, ya no».  Y es verdad.

A esta instancia creo que estoy más del otro lado que del tuyo, de hecho ambos cruzamos la frontera hace mucho rato.  Y yo que pensaba que esto iba a ser la muerte misma, que nada ni nadie me iba a sacar el pozo profundo de ese inmundo dolor…  ayer era un severo juicio contra mi mismo, hoy es un caso cerrado, un asunto resuelto, un adiós rotundo. Porque  lo nuestro se cerró, se resolvió, no se olvidó y todo lo que yo sentía por vos se guardó y se tapó con todos los propósitos de olvido.

Y es que cuando decidí aceptar tu  ‘hasta nunca’ no era porque aceptara de buena gana que  lo nuestro estuviera muerto, al contrario, era porque de tanto amor me estaba perdiendo, porque estaba ardiendo por dentro, porque el fuego crecía pero me aniquilaba la frustración no poder hacer nada frente a tu inminente verdad: el amor se acaba.

Hoy creo que yo fui para vos un secreto, un atajo, una guarida, en últimas, algo de lo que no se habla en la calle, eso que no se cuenta a los amigos, eso que nunca se presenta en la familia. Eso está claro, yo no era una realidad tangible en tu vida y lo nuestro -lo digo respetuosamente ciñéndome al más estricto sentido conceptual- era una mentira que a veces nos creíamos.

Te cansaste, o fuiste muy honesto; pero vos sí eras mi verdad. Vos eras lo que no podía callar, el primer pensamiento, el culpable de la taquicardia y de la revoltura en el estómago, la primera mirada que quería, el último beso y la única piel que requería, la ilusión a veces posible y el sueño fugaz que siempre, siempre, siempre, tenía que terminar.

Me tuve que tragar todo el hijueputa amor que tenía por vos. El que nunca sentí por alguien, el que siempre anhelé que me correspondieras en la misma inmensidad. Yo no sé cómo pero lo sellé, lo archivé, lo escondí. Me ayudó el tiempo, el trabajo, el no tener nada ni nadie en común para no escuchar tu nombre.  Me ayudaron tus sabias elecciones, hoy te las agradezco. Me tocó ocultar nuestras cartas, alejarme de la música y sobre todo de las canciones que nos dedicamos, esquivar los lugares que anduvimos juntos, rogarle a la vida para que no propiciara un reencuentro y sacar la fuerza de voluntad de no sé dónde para no buscarte cada vez que este órgano latente aquí me diera órdenes que a juicio de mi razón no me convenían.

Y lo logré, lo sabés muy bien. Pero no creás que lo hice porque hubiera alguien, porque tuviera una mejor opción. La decisión la tomé en la soledad de siempre, a sabiendas de la temporada baldía y vacía que se vendría sin vos. No sucumbí al deseo, no fui a buscar tus brazos, no decaí al intento de hacerte un ‘ don nadie’ en mi vida. No quería seguir haciendo justo lo que criticaba, decidí ser consecuente y asumir mis verdades.

Vos no sabés lo que eso me costó. Lo difícil que fue por fin perder la cuenta de los meses que llevaba sin verte, desalojarte de mi mente, convencer a mi cuerpo de que no eras necesario, recordarle a mi corazón que no había mucho qué extrañar porque era mejor creer y pensar que eras un ausente. Tuve que convertirte en un villano para poder expulsarte de mi memoria.

Y hace unos días, varios años después de no saber nada de nada, algo sucedió. Como te lo he expresado tantísimas veces en este último tiempo, asistí a mi ‘graduación de desamor’, sí; pero no al funeral del afecto indecible que te tengo.

Todo lo demás tiene el hoy por escenario. Me sorprende gratamente percibir tu imagen, conocer tu olor, de un modo distinto. Es evidente para vos que soy afectuoso, que me paso de ridículo, que por más de alta alcurnia y mucha seda y mucho olán que yo quiera parecer, se me sale lo mañé, lo incisivo, lo insistente y hasta lo fastidio.  Pero ese soy yo, el que conociste. Y mi afecto es sincero. Es innegable la beldad que eres, ciego sería el que no reconozca esa belleza que te adorna; pero no es eso ya lo que amo, tampoco sos vos como objeto de mis quereres.  El afecto y el cariño indecible que te tengo se debe a la impresionante huella que hiciste, a lo bonito que propiciaste, a los suspiros que me robaste, a la taquicardia que me generaste y sobre todo: al permiso que me diste de asomarme a tu alma usando por ventanas ese par de soles…

No sé para qué escribir una carta tan larga si todo esto ya lo sabes.  Tal vez porque tampoco desconoces que me expreso por escrito, y lo hago cuando es importante.  Todo esto para agradecerte, simplemente, haber tomado la decisión de dar tres pasos esa noche de mayo, pararte en frente y decir ‘Hola’, porque yo no lo hubiera hecho.

Pedirte perdón por mi torpeza está también en el objeto de esta larga carta. Pedirte que recordés todo eso, por lo cual valió la pena no dejar morir la cercanía en estos años, y en un acto más de generosa bondad, quererme,  y permitirte ver que perfecto no es nadie. Es mejor la gracia de la imperfección que la perfección sin gracia.

Insisto, volver a saber de vos después de tanto tiempo tal vez no fue fácil en un primer momento, pero es bueno. Elijo agradecerte, pedirte perdón, ofrecerte el mismo corazón de antes, pero ahora alimentado por otra sangre.  Cierto es que es un mal negocio poner un corazón de cristal en manos de mantequilla, por lo cual le pido a Dios que, como hasta ahora ha venido complaciéndome, no permita que jamás en la vida me encuentre yo unas manos de mantequilla…

Esta es una carta más, como siempre, de mi ingenio para vos.  Te pido, en honor a todo lo vivido, que la sumés al elenco de misivas que durante tiempo he puesto ante tus ojos.  Ellas solas cuentan una hermosa historia.