El valor de las simples cosas

 

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La vida es un viaje muy atareado. Los relojes no se detienen, pareciera que cada vez andan más rápido. Siempre tenemos cosas para hacer, informes para entregar, resultados que lograr, cuentas que pagar, que rendir.

Nuestra niñez, la de casi todos, estuvo impregnada de cosas sencillas, y simples. Los grandes problemas que nos afligían era la suciedad de la ropa y el posterior regaño de mamá, o aprobar matemáticas elementales de quinto grado. Al crecer, el panorama se va tornando más grave, el valor de lo simple se diluye entre lo importante, y entonces hacemos ingreso en el «complejo mundo de los adultos», como lo llama el Principito.  Y ahí se pierde una parte importante del encanto de la vida.

Igual que cuando el viento arrastra  las hojas de los árboles por las calles de una olvidada ciudad, los recuerdos entonces encuentran un asiento en las cosas, cosas nuestras que quizá están volando por ahí, fugaces y efímeras, sin que a nadie importen mucho. ¿Qué son las cosas?

Es cierto que con el paso implacable del tiempo las cosas se cargan de valor, o lo pierden. No hay en ello justos medios aristotélicos.  Los recuerdos toman posesión de las cosas, a lo mejor  sin intenciones de tener una duración en el tiempo. Las cosas se convierten en ese lugar común a donde peregrinan, como a un santuario, infinidad de pensamientos, escritos o soñados, a los  que cada uno de nosotros imagina alguna vez dar un significado. Tal vez la bruma de un sentimiento quiso salir al encuentro con algo material, quiso cobrar vida y mantenernos colgados en esa línea tan delgada que la soledad a veces traza. Tal vez esas cosas sean una forma de decirnos a nosotros mismos que no estamos tan solos como creíamos estar, o que en definitiva solo tenemos cosas, y nada más.

Definitivamente el recuerdo está asido a los objetos que conservamos. No podemos dejar de lado, en alguno de los recuerdos los matices que alguna vez pudieron definir un sentimiento. Por eso regalamos cosas,  acumulamos cosas, o simplemente, recogemos objetos que aparecen en nuestro camino con el fin -consciente o no- de inmortalizar un momento, una persona, un lugar.

Los recuerdos son el alma las cosas y las cosas son en la medida en que seamos capaces de recordarlas: por eso la soledad nunca será absoluta ni la ausencia será total. Las personas, por ejemplo, que ya no están llegan a tener ante nosotros símbolos visibles que mantienen viva su presencia, porque los objetos que las representan guardan sus propios fantasmas.

Por eso mientras nuestros artilugios sean sagrario de nuestros recuerdos, los recuerdos  materiales  podrán seguir siendo llama inmortal en nuestra memoria.