Gracias, antitaurinos

Tauromaquia

He cometido el peor pecado del mundo secular moderno: ir a toros. Presenciar una corrida, asistir a la fiesta brava, y para colmo, gritar a pulmón herido «Olé» cada que el mataor capoteaba a la bestia.

Crimen abominable es disfrutar semejante barbarie, es casi como ser co-asesino con el asesino de traje apretado y pleno de luces.  Eso es un crimen, matar un niño en el vientre de su madre, no; es un derecho.

Pienso que es un tema álgido, pero que para opinar y debatir se debe tener fundamento y conocimiento de causa de lo que se pretende expresar, en esta postura descrita me atrevo -tímidamente- a ponerme del lado de  la tauromaquia, de todos modos intentando oír las voces de los antitaurinos que achacan a los defensores del arte esa incultura que es patrimonio exclusivo suyo.

Sin duda la intolerancia es aquí protagonista. Esos tolerantes con toda forma de ser, con toda maquinación, con toda desviación o desvirtuación de la raza humana, son los que no saben tolerar  un acto que por humano es imperfecto pero que esta lleno de matices y que genera arte, entrega y pasión y así deja ver la falta de cultura y de argumentos de los abolicionistas que sin analizar lo que es la fiesta brava y todo lo que conlleva, solo utilizan los insultos como opción ya que carecen de mínima intelectualidad para combatir razones.

No me interesaba más de lo normal el tema, lo confieso; pero me harté del fastidio de la empresa antitaurina, empecinada, frenética y fanática que ataca rabiosa cual jauría de perros bravos, a los amigos de la tauromaquia.

Si quieren combatir la fiesta, que sea con bases sólidas sin engaños y con inteligencia no con vulgaridad, ni vejaciones. Si quieren protestar, están en su derecho, pero con decencia. La fiesta no tiene la culpa de que sus detractores sean cuadrillas de baja cultura y educación lo que hasta cierto punto es entendible, pues en sí las expresiones artísticas no son de fácil apreciación y pudieran parecer abstractas para muchos sin siquiera serlo.

macarena¡Qué hervor en la sangre ver desfilar la cuadrilla y saludar a la Presidencia! ¡Qué conmoción ver a la Virgen Santísima, Esperanza Macarena, ataviada de vestidos refulgentes, con altísima corona áurea, dar la vuelta al ruedo, para bendecirlo!  Qué escozor ver a sus hijos toreros inclinar reverentes la cabeza ante la Inmaculada Reina de los cielos y pedirle humildemente protección.

El toreo es arte, el que lo niegue padece un vil resentimiento. Más allá de lo ideológico -siempre tan discutible- es innegable el rito litúrgico, precioso, de la tauromaquia.  Lo es entre otras razones, porque lo sublime trasciende más allá de lo racional, más allá de la experiencia que cada cual obtiene en la contemplación de la obra en sí, que en el caso de la tauromaquia es su lidia, desde que el toro es recibido por el torero hasta su muerte. El torero compone su propio ritmo mientras lidia. Si es ritmo y compás es también danza, teatro, expresión corporal, interpretación, que tiene que trasmitir para que el público se eleve, se desfogue en ese ámbito de la transcendencia que une al hombre con lo divino.

clavelesEl torero interactúa permaneciendo estático como eje de unión entre res y afición y en cuyas manos se encuentra ilusionar o desmotivar, lo bello y artístico o lo manufacturado y técnico. El torero es mediador entre la afición y el toro; es ministro de una liturgia ritual de siglos que caló en el corazón de esta tierra conquistada por la Madre Patria.

El torero, diestro natural y elegido, posee el don imperceptible de una mística intimidad con el toro que infunde en la corrida un halo misterioso de pasión, poesía, oración.

No en vano arrojar claveles rojos al albero en honor al matador con fuerza indecible solo puede ser producto de la admiración que la danza sublime del torero despierta en el alma que recién abre sus ojos ante una tradición cargada de sentido.

El toreo despierta pasiones. Por eso no son pocos  los artistas, incluyendo filósofos, eruditos y premios Nobel que desde la antigüedad han sido inspirados plasmando la tauromaquia en la pintura, escultura, arquitectura, literatura, música, artes escénicas (danzas, zarzuelas, ópera), cine… incluso indumentaria. El toreo es, por lo tanto, un arte escénico más porque está pensado como tal con la particularidad de que cada torero compone su guión a partir del toro y donde además de la intuición y la expresividad, tenemos que unir el valor de la valentía, porque el riesgo es en el peor de los casos la muerte. Los toreros, muchos de los cuales son inmortales debido no a que nunca van a morir sino que sus nombres quedarán grabados en la historia de los hitos culturales de nuestra sociedad, nos regalan esos momentos sublimes en los que la felicidad y la abstracción nos elevan el alma al ámbito de lo eterno.

Gracias, muchas gracias antitaurinos, tan queridos. Abrieron, por lo menos para mí, un mundo hasta ahora bastante desconocido.  Gracias antitaurinos porque con sus férreas campañas contra la Fiesta Brava, lograron en mí el efecto contrario: un interés por saber de qué se trata aquello que atacan, y terminaron sirviéndome de celestinas y cupidos para hacerme una cita romántica con la hermosa tauromaquia.

Como prueba palpable de que la tauromaquia transciende lo cotidiano y usual -y ahora soy un convencido de ello- para convertirse en algo excepcional se encuentran aquellos hombres y mujeres que participaron en la evolución y mejoramiento de la fiesta taurina, y de todos aquellos, muchos, de feliz memoria, que dejaron su vida en la arena de una plaza de toros.

espada